En verdad, la amabilidad es un lenguaje que todo el mundo entiende. Y no es un idioma que deba emplearse solamente en las reuniones sociales, sino, principalmente, en las circunstancias difíciles o con las personas toscas. Casi todos los seres humanos son permeables/vulnerables a la fuerza de una actitud afable.
A veces la amabilidad se confunde con la hipocresía. Con mostrar una falsa consideración hacia los demás o evitar el conflicto por la vía de callar o emplear eufemismos para todo. Esto no es amabilidad, sino cálculo y manipulación. La verdadera amabilidad se refleja principalmente en el lenguaje corporal más que en los protocolos. Y estas son algunas claves para detectar si es genuina o no.
El contacto visual es uno de esos aspectos en los que se refleja muy bien tanto la hostilidad como la amabilidad. Alguien que se rehúsa mirar a los ojos al otro expresa un germen de rechazo hacia este. Quien levanta el mentón, para mirar desde arriba o por encima del hombro, también refleja hostilidad.
En el lenguaje de la amabilidad la mirada es espontánea y cálida. Una persona amable mira a los ojos cuando el otro está hablando y dispersa la mirada cuando quien habla es él. Esa es la forma natural en la que los ojos se expresan durante una conversación normal, en la que las personas se sienten cómodas y en equidad.
Cuando una persona es realmente amable respeta las opiniones de los demás. Sabe escucharlos y encontrar mérito en lo que dicen, aun cuando no coincida con ellos. Por eso es usual que muestre gestos de aprobación frente a su interlocutor como una forma de animar la conversación.
Asentir con la cabeza o inclinarla hacia el otro son expresiones que animan al interlocutor a seguir hablando. Facilitan su expresión y derrumban las barreras que puedan existir. También la sonrisa es un gesto de aprobación y aceptación. Todo ello hace que la atmósfera sea más relajada y que la conexión con las demás personas sea más real.
Aunque todos estamos capacitados para conversar, pocos son los que le sacan partido a este “arteâ€. Cuando la amabilidad está presente, de forma espontánea se comprende que en esa interacción debe existir un equilibrio. Que hay un momento para hablar y otro para escuchar. Es la única manera de establecer una comunicación de doble vía.
Monopolizar las conversaciones o hacer que giren en torno a un tema que no es de interés común es un factor que enrarece la comunicación. Lo ideal siempre es que todos puedan participar. Si no hay interés en imponerse o lucirse, esto sucede de manera natural, sin hacer ningún esfuerzo para que ocurra. lo que solo le interesa a uno de los involucrados.
Hay personas que adoptan de manera constante el papel de “anfix3nas de la vidaâ€, en cualquier lugar o momento en el que se encuentren. Hacen de la adulación una forma de relacionarse con los demás. Emplean palabras y actitudes aparentemente afectuosas con otros. Sin embargo, lo hacen en serie, de forma automática, como leyendo un libreto que poco se ajusta a lo que en realidad piensan.
La amabilidad no tiene nada que ver con la adulación. Reconocer con sinceridad los méritos o los logros del otro es una cosa y regalarle los oídos es otra. Ser amable es una cosa y ser zalamero, o figurante de simpatía, es otra distinta. La amabilidad, aunque se adapte a ciertos protocolos, si de algo no necesita, es de teatro.
Toda conducta humana, toda palabra, son mucho mejores cuando se llevan a cabo o se dicen con amabilidad. Si fuéramos más constantes en este sentido, seguramente seríamos capaces de abordar los momentos o las relaciones difíciles con mayor fluidez e inteligencia. Pensemos que la vida de los demás y nuestra propia vida siempre son mejores cuando les añadimos un toque de amabilidad.
Si sabes cómo se llama la persona, dirígete a ella por su nombre. Esto fortalece la relación y personaliza el trato. Evita expresiones como “chicaâ€, “oye, túâ€, “guapa†y “flacaâ€. A menos que te encuentres en contextos en los que su uso esté aceptado por el grupo y tenga una connotación cariñosa.
El uso de sobrenombres puede ser humillante para algunas personas, a pesar de que tu intención sea ser amable. De esta forma, es mejor optar por llamar a los demás por su nombre.
Las personas con las que compartimos suelen hacer cosas por nosotros y, muchas veces, las pasamos desapercibidas. Por ejemplo, el hecho de que alguien tome tiempo para escucharnos, representa un gesto muy valioso que debemos reconocer. La gratitud es muy importante cuando alguien nos ofrece un servicio. Agradecer en este contexto, por la atención y el tiempo dedicado, te hará lucir más amable.
De nada sirven las palabras si no están acompañadas de un lenguaje corporal que demuestre calidez y apertura. La mirada, la sonrisa y las expresiones faciales transmiten muchos significados. Por lo tanto, si quieres parecer más amable, un gesto que no debe faltar es la sonrisa. Este gesto le trasmite al mundo simpatía, e incita a que los demás también sonrían. Dicho esto, recuerda sonreír cuando te encuentres con alguien en la calle, al comprar algo en la tienda, cuando entres al trabajo en las mañanas, o en cualquier momento en el que hagas contacto visual con otra persona.
Para ser más amable hay que dejar que los demás se expresen. Es vital tener paciencia, escuchar atentamente y esperar a que los otros terminen de transmitir sus mensajes. Muchas personas extrovertidas y elocuentes suelen apropiarse de las conversaciones y no dejan que sus interlocutores intervengan. Esto suele ser incómodo y descortés. Asimismo, ser más amable implica interesarse por la vida de los demás. Solemos sentirnos agradecidos cuando alguien nos pregunta por nuestros planes, por cómo les va a nuestros hijos o si seguimos conservando el mismo empleo. Esto nos demuestra que los demás se preocupan por nuestro bienestar y nuestros problemas.
No hay nada más descortés que la mala educación. Expresiones como “por favorâ€, “gracias†“serías tan amable de…â€, “te importaría…†son muestras de consideración, respeto y amabilidad hacia la otra persona. Así que no te las reserves, nunca están de más.
Ser empático implica ponerse en el lugar de los demás. La empatía no es una cualidad con la que nacemos, sino es algo que se trabaja. De esta forma, si quieres ser más amable, trata de salirte de tu propia cabeza y pregúntate cómo se podría estar sintiendo la otra persona. Si te cuesta descifrarlo, puedes preguntarle e intentar ponerte en sus zapatos. Asimismo, evita juzgar y ofrécete como un apoyo.
Si ves a alguien haciendo malabares para terminar una actividad o en una situación problemática, ofrécele tu ayuda. No esperes a que te la pida, en su lugar, aprende a detectar los momentos en los que los demás necesitan una mano. Mucha gente se coarta de pedir apoyo porque no quiere ser una molestia, o porque cree que puede sola. Pero, nunca está de más un auxilio, especialmente en aquellas situaciones avasallantes.
Para concluir, recuerda que lo mejor de comportarte de forma amable y bondadosa es que nunca fallas. Es una actitud que siempre trae beneficios. Así que no dudes de practicarla siempre que tengas la oportunidad. La amabilidad es una actitud personal positiva hacia el resto de los seres que nos rodean: personas, animales, naturaleza… Esta forma de relacionarnos con nuestro entorno es sumamente beneficiosa, pues fortalece las relaciones interpersonales, nos abre caminos y nos proporciona bienestar.